La cultura Chupícuaro (500 a.C. a 200 d.C.), en el Occidente mexicano, fue una de las primeras en seguir la tradición Olmeca, considerados como los iniciadores de la Civilización Mesoamericana. Sin embargo, la cultura Chupícuaro desarrolló pronto su propio estilo, entre las que destacan sus figurillas femeninas. Aunque se observa una gran variedad de tipos, todas ellas representan mujeres desnudas con amplias caderas y marcados atributos sexuales secundarios, con el vientre más o menos abultado, siempre con elaborados peinados y tocados, y numerosos adornos que debían estar pintados.
La simplificación de las formas contrasta con el detalle de algunos elementos que debían caracterizar los personajes, como el tocado y peinado, los collares y los adornos de brazos y piernas. Los volúmenes que marcan las formas femeninas como caderas o nalgas son siempre delicados y suelen estar esquemáticamente pronunciados. En algunas figuras observamos la deformación craneana intencional, posibles escarificaciones y tatuajes o incluso mutilación dentaria, elemento característico de la costa del Golfo.
Llenas de gracia y belleza, cada una diferente de las demás, se las conoce, como también sucede con las de Tlatilco, como mujeres bonitas o prettyladies. Se las suele asociar con la fecundidad.
La tradición de las figurillas se inició hacia el 1500 y duró hasta la conquista. Las primeras figuras eran sólidas, modeladas individualmente y con los adornos cuidadosamente aplicados con pastillas de arcilla y punzonados. Con el tiempo, hacia finales del período Preclásico, comenzaron las figuras de mayor tamaño, huecas, y las vasijas escultóricas.